Abro la ventana:
aparece la hierba llena de llanto;
lejano flota el silencio
bajo las nubes
de plomo.
Corre un niño tropezando las flores.
Yo extiendo las manos
y percibo un regusto amargo
de tierra en la boca.
Abro la ventana:
aparece la hierba llena de llanto;
lejano flota el silencio
bajo las nubes
de plomo.
Corre un niño tropezando las flores.
Yo extiendo las manos
y percibo un regusto amargo
de tierra en la boca.
Hecho el trabajo
te mueves por el mundo.
Sosiego y vuelo.
Un mundo abierto
que tus ojos contemplan.
¿Luces lejanas?
Tras la ventana
colores de la vida.
¿Dónde tus sueños?
El sueño de un niño,
una estrella, el inicio,
sus ojos el espejo.
De un amigo llega
una vieja canción.
Una mula tranquila
y un pesebre
dan calor;
en el salón aparece
un árbol con adornos.
El abrazo de una amiga
repara la ausencia.
Ese es el plan
para estos días.
Navidad, le llamamos.
Mi mirada lejana
no borra los ríos
que empapan raíces
y en el corazón colorado
palpitan antiguas palabras.
Aparece una ondulación en el paisaje;
el oleaje de recuerdos rezuma entre rendijas.
Cada paso es un olvido y una piedra;
murmullos de hojarasca,
algunos lejanos arrullos.
Extraña época la de esta edad
que deja tanto atrás y un ya veremos por delante.
La eternidad se abre cada día: vertical y horizontal.
Lineal y redonda, la vida, como la tierra.
Surge debajo de la piedra: el escorpión.
Una estrella apagada sonríe su triunfo:
arena, viento, frío,
un vacío mirar hacia otro lado.
El escorpión se va comiendo las manos del niño;
enciende lo oscuro con el fuego que apaga la mirada:
y a ese niño le duelen los ojos.
El escorpión se va comiendo la cara del niño;
se callan los mares:
y a ese niño le duelen los ojos.
El escorpión se va comiendo el alma del niño;
grita la tierra buscando la luz de una estrella:
y a ese niño le duelen los ojos.
Se oye el dolor de la piedra (que nunca dejó de doler)
y en nuestra mirada perdida se esconde el veneno.
Y nos duelen los ojos.
Cuando estas solo donde nadie te hiere buscas la herida