“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo…”
Rubén Darío
De mañana,
cuando la niebla toma
la forma de un pensamiento,
contemplo el árbol —asomado a la ventana—.
Ahí está, siempre en su sitio;
ayer desnudo, hoy ya inicia su verdeo.
No sé su nombre y no me lo reprocha.
Sus brazos llenos de vida girando
en piruetas extrañas. Los jilgueros
que descansan en lo alto
le entretienen con sus voces.
Es feliz —no leyó libros de autoayuda—.
Le hablo, sonríe moviendo sus ramas
y a veces parece decir algo,
pero ya sé que no quiere enredarse
con palabras. (Hace bien, empiezas
con la a y acabas de poeta, arrastrando
nubes con el lápiz).
Morir y renacer, siempre latiéndole la vida.
Sin ir a la oficina, sin duelos ni quebrantos.
No se queja del frío, no se quema con el sol;
se dobla, tranquilo, con el viento,
abiertos sus ojos a la lluvia. Cada año
las raíces más firmes, la copa más alta.
Va apareciendo la luz entre la niebla.
Cierro la ventana, recupero el pensamiento.
Dichoso el árbol, decía el poeta.