“La niebla cubre en silencio
el valle gris de tu cuerpo”
F. García Lorca
Se apagaban los ecos
de una ciudad
que ya sonaba a verano.
Era una noche cualquiera.
Hasta la cama llegaba
el rumor de tus rutinas;
con música antigua
repicaban tus pasos.
¿Dónde estaba escondido el invierno
esperando, cruel, su momento?
De repente
un ruido sordo, un silencio,
un trueno rompiendo la noche.
Las ventanas dejaron pasar aire frío.
Presintiendo…
me culpé por no haberlas cerrado
a su tiempo.
Dejé el alma acostada, caminé,
levanté la mirada:
como un foco ilumina un set de rodaje
iluminaba la luna marcando su luz
tu cuerpo tendido.
Y te dije: ¡levántate! Esperando
que todo fuese irreal o al menos
ensayo de algo lejano
(quizás un milagro).
Previsible
la noche cambió su guión.
Estos ojos que ya conocían la muerte
se negaban a abrirle la puerta.
Inevitable
se alejó del cuerpo tu alma
(tu alma también se alejó de la mía)
y tu alma y la mía se hicieron pedazos.
Coro. —El cuerpo se entrega
a los dioses: extraños sacrificios
demanda la vida. Solo sienten
la muerte los vivos, sus sentidos
persisten a oscuras.
Presagios
de un orden que rompe los lazos,
ausencia que asoma su rostro.
(Lejos,
sonó el teléfono…
la luna alumbró en la distancia
y yo viví con tus ojos).