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martes, 12 de septiembre de 2023

Calle de París, día lluvioso (Comentario a un cuadro de Gustavo Caillebote).

 Imagínate una calle de París, tiempo de lluvia. Finales del siglo XIX, el amplio espacio de una plaza; luz de atardecer, gris apagada. Modernos edificios elevan su poderío por el fondo; entre ellos se pierden, como hormigas, pequeñas figuras borrosas. 


Movimiento de gente paseando; muchos paraguas negros, abiertos, grandes como cúpulas de catedrales. Por el suelo resuenan zapatos salpicando sus voces sobre el empedrado. Las mujeres levantan el vuelo del vestido, levitando. Huele a nostalgia otoñal, húmeda y limpia. 


Fíjate en ese hombre (a la izquierda) sin paraguas, cruzando la plaza precavido ante los charcos, sus pies dibujan un torpe paso de baile. Y ese otro, en el centro, cabizbajo, su mano en el bolsillo, quizá rumiando problemas que dejó en el trabajo. Una farola verde aporta algo de color a la escena.


Pasan dos carruajes, repican los cascos, un caballo resopla sacudiendo el agua que empapa sus crines; se escucha el chirrido de las ruedas al girar la calle, el grito agudo del cochero, la urgencia del trabajo.


¿Qué mira esa pareja aquí delante? Caminan del brazo con la seguridad de la gente acomodada, elegantes; ella con ropa a la moda, pañuelo verde asomando por el cuello, perla que da brillo a su oreja y una raya de fuego en sus labios que esbozan leve sonrisa; él se mueve circunspecto, señor de la acera, con su gabán, chaleco, pajarita, sombrero de copa; sus largos bigotes no permiten saber si sonríe. La figura recortada de un hombre se cruza con ellos; torciendo el paraguas irrumpe con fuerza desde fuera del marco.


Como una foto. En París, la ciudad de la luz, la lluvia ilumina la vida.


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