“Todo lo inventa el rayo de la aurora”
Jorge Guillén
Amanece. La gente acompaña
al nuevo día. Hay movimiento.
Se dibuja orden en la sombra. Aparecen
números, señales, esquinas, adoquines;
ojos insomnes que se cruzan sin mirarse,
como barcos buscando tierra. Ajenos
al aire que desciende por las calles
los pies van repicando en las aceras.
Bajo un portal, duros cartones,
aprovecha el calor de la mañana
un ángel caído sin fortuna,
sin voz, con barba y desaliño.
Nadie repara, nadie se para,
mirada fija en las horas de rutina.
Poco a poco las calles se bañan de luz
ofuscando los ojos de la noche.
Ruido de prisa y ajetreo. Motores
que rugen, poderío y brío, malos humos.
Las tiendas levantan sus persianas.
Sillas y mesas van ocupando las aceras.
Aparece la ciudad, vestida de vida.
Huele a café y a sueños que despiertan.
Sentir como se abre entre edificios
la piel del día y percibir el vago influjo
de la luna escondida.
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