Todo empezó con Becquer:
quince años, versos confundidos
con mis sueños; paseos por la playa
de la mano, sonido de violín
entre las rocas, finales de verano
con olor a primavera.
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Después llegó el aullido de Ginsberg,
Moloch, locura... añicos se hizo el suelo.
Visiones compartidas del mar que llegaba
a la Gran Vía.
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Viajes por estrechos paraísos
de absenta y barrios bajos.
Poetas malditos al volante.
Barcos ebrios perdidos en la niebla
buscando la belleza a la deriva,
“máscaras de carne y terciopelo”.
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“Permaneced distantes”, dijo Rilke,
sin patria en el tiempo; lenta espera,
hasta que llegue, callada, la hora solitaria.
Entusiasmarse por la llama; disfrutar
las mañanas del estío, y no cargar
cosas extrañas. Cambiar la vida.
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Y Camus me enseñó lo que es ser libre.
Lo suyo era prosa; yo escuchaba poesía.
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Recorrí los campos de Castilla aguzando
los sentidos, entre el sueño y la vigilia,
pintando de latidos el paisaje; caminos
de olmos secos, montes, valles sombríos.
Entre olivos y trigales... caminar es lo que importa.
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Los versos sonaban en canciones:
escuchaba Julia palabras que hablaban
del futuro. Sangraban las heridas
(del amor, de la muerte y de la vida);
a una cebolla le cantaban nanas.
Mística sensualidad en música callada.
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Al Hudson se asomó un poeta de Granada,
a “las rosas que huían por los filos”
y a lo oscuro. En mitos de amor
y muerte las ranas muerden silencios;
agua, sangre y luna, en los versos que él habita.
No, no conocen la muerte sus palabras.
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Ribeiras sereniñas, veigas froridas,
bágoas e soidades, mares inmensos.
“Prados, ríos, arboledas, pinares
que move o vento”. Ollos pequenos
abertos nesta noite que no acaba.
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Si no fuera por el mar, decía Cernuda.
El mar, es denso y es naufragio. Cuando
llevas en tu cuerpo su destino
dibujas “olas y espirales” de deseo.
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Salinas enseñaba a vivir
en los pronombres; Neruda entregó
palabras al amor, fuego y olvido;
Guillén inventa el aire: respira;
descubre lo que existe, las cosas
que le centran, “sobran ramos”.
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Dickinson me previno de la luz,
su inclinación en las tardes del invierno.
La verdad hay que decirla, pero al sesgo.
Escribió que el agua se aprende por la sed,
los pájaros por la nieve; más ancho
que el cielo es el cerebro, y la vida
sabe mejor en los labios que en la jarra.
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En una calle de Lisboa finge
un poeta ser poeta, y ser poeta
es su manera de estar solo.
“Ser feliz consiste solamente
en ser feliz”. Un poeta con voz
de mil poetas: cada uno ve el mundo
a su manera. Todo pasa, todo olvida,
“y el sol es puntual todos los días”.
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Vilariño trajo “rosas abriéndose en el agua”.
Tras ancho espacio y largo tiempo
recibió su nombre Ángel González.
En los versos de Szymborska aparece bastante
de todo: sueños gratuitos; Arquímedes
en vaqueros; seres que se ven al microscopio;
¡hasta el Yeti tiene sitio en sus poemas!
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Paseé por la ciudad con Iribarren
contemplando la lluvia y los recuerdos,
la gente caminando por las calles;
cosas que pasan de verdad, que pasan
sin nada extraordinario, que no es poco.
El río, el mar, los bares, las ventanas.
Ironía y humor en la mirada.
...
Me dio Valente cobijo en sus poemas;
conecté con su nada y su caída
allá entre lo visible y las tinieblas.
Buscando la verdad en la palabra
comprendí que el fin es el principio.
...
Y en versos descarnados aparecía la muerte silenciosa.
Poetas suicidas, fueron muchos.
Por la P: Pavese, Plath, Pizarnik...
Atracción por el vacío, compartida.
Hasta llegar a escribir.
A vivir.
... Poesía
....
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(Poetas: Gustavo A. Becquer; Allen Ginsberg; Arthur Rimbaud; Charles Baudelaire; Rainer M. Rilke; Albert Camus; Antonio Machado; José A. Goytisolo; Miguel Hernández; San Juan de la Cruz; Federico García Lorca; Rosalía de Castro; Luis Cernuda; Aurora Luque; Pedro Salinas; Pablo Neruda; Jorge Guillén; Emily Dickinson; Fernando Pessoa; Idea Vilariño; Ángel González; Wislawa Szymborska; Carmelo Iribarren; José A. Valente; Cesare Pavese; Silvia Plath: Alejandra Pizarnik).
