Volvía con barro en la mirada,
con los pulmones apagados,
con la palabra guardada en la maleta.
El viaje se inicia
en la vieja estación, siempre.
El destino del tren lo saben los letreros
y el jefe de estación que baja la bandera;
el destino del tren lo anuncia
el altavoz que suena entre la niebla.
Alguien lanzó los dados.
Lento rumor de los inicios,
envuelto en papel film
en mi asiento ventanilla.
Sobre la cabeza la maleta;
yo no hice el equipaje,
el caballo de cartón
quedó en la casa.
Contemplo la forma
que adquiere el extrarradio:
la ropa tendida,
su tristeza
asomando a las ventanas.
Las llanuras que avanzan
golpeándome los ojos,
golpeándome;
los túneles oscuros
con su sordo horizonte.
Y no soy dónde voy.
Pasan estaciones, veo
el otoño caído de las ramas,
el vacío en las hojas de una encina.
Ajeno al frío, el equipaje
va formando la palabra.
El tren
y el aullido que marca
la distancia, el hielo,
el ángulo convexo,
el calor del sueño bajo la manta.
Todo era.
Vuelvo con barro en la mirada,
con los pulmones apagados,
con la palabra guardada en la maleta.