Con su mirada
el asombrado mirlo
aprende la paciencia,
viendo posar
al arce con destreza
sus ramas en el suelo.
Con su mirada
el asombrado mirlo
aprende la paciencia,
viendo posar
al arce con destreza
sus ramas en el suelo.
El viento gélido entraba
por la puerta entreabierta
callando al aire.
Su voz, como trozos rotos
de cristal,
clavándose en el sentido.
Una leve canción
aportaba calor,
con ingenuo afán.
Buscabas la espada
de matar dragones.
Pero eras tú quién estaba
encerrado en la cueva.
No había princesa
ni cuento ni castillo;
tan solo una habitación
llena de lluvia invernal
y una gran tela de araña
(¿cobijo o mazmorra?).
La niebla de verano
oculta a la mañana mi mirada;
poco a poco va desapareciendo el infinito
y, como un mundo al revés, se enrollan
desde el punto rodando las letras.
¿Dónde va la ausencia?
te preguntas
Los recuerdos, como ínfimos gusanos,
pululan por debajo de tu piel
—fértil podredumbre
del pasado jugando con el aire plateado—.
Son tus sentidos agujeros abiertos
en el tiempo.
Pasa el viento leyendo las hojas,
partituras de música encendida:
los tenues sonidos del verano.
“Volar en las heridas, por el aire cansado y el mar…” A. Rimbaud
La silla sin palabras
no canta la canción que nadie canta.
Veo como la luz rebota en la ventana
retumbando en el silencio detenido,
espacio primigenio entre la voz
y los pulmones.
Vivo la hora presente donde florecieron
las rosas marchitas.
Esa hora
en la que nunca estás,
ocupada por luces oscuras.
Son tus recuerdos,
diminutos gusanos
bajo la piel
Son los recuerdos
la fértil podredumbre
de tu pasado
Cada vez soy menos poeta : a mis casi setenta sigo vivo, casi, a mis setenta. ¿Seré un poeta de tres al cuarto contratado por rimas y sonet...