El viento gélido entraba
por la puerta entreabierta
callando al aire.
Su voz, como trozos rotos
de cristal,
clavándose en el sentido.
Una leve canción
aportaba calor,
con ingenuo afán.
Buscabas la espada
de matar dragones.
Pero eras tú quién estaba
encerrado en la cueva.
No había princesa
ni cuento ni castillo;
tan solo una habitación
llena de lluvia invernal
y una gran tela de araña
(¿cobijo o mazmorra?).
No hay comentarios:
Publicar un comentario