Siempre le regalaba juguetes rotos de niños ricos. Su abuela siempre los recogía en casas de gente rica, donde limpiaba. Así, a Javier el mundo siempre le pareció algo imperfecto. La vida era un enorme puzzle incompleto: siempre faltaban piezas. Debía existir un mundo paralelo, completo, perfecto, no sabía donde.
Con su primer sueldo se compró un avión por piezas, para construir. Le llevó tiempo, con enorme paciencia, pieza a pieza; ¡no faltaba ninguna!
Una vez terminado montó a su abuela en el avión; había que verla con su pañoleta en la cabeza y sus manos agarrando el bolso sobre el regazo. Javier puso en marcha los motores, despegaron y se fueron volando a través de un cielo completamente azul.
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