Suenan palabras rasgadas,
lleva canción en los labios,
sobre pasos de alta mar
por la calle Mayor
su ingravidez avanza.
De improviso,
la colilla que jugaba entre sus dedos
vuela en repetidas volteretas
cayendo entre rendijas de una arqueta sumidero.
Movimiento de brazos, lamentos vanos.
De rodillas, casi tumbado, sucio suelo,
observa, quejándose a los dioses;
dioses que ni le miran ni conocen.
Levanta la tapa de la arqueta y rebusca
entre todos los despojos del tiempo
y los humanos.
Indiferente, el sol se columpia
allá en lo alto.
Compras, escaparates,
por la calle va la gente.
Mi rasgado silencio
trastabilla en el aire
tropezando con sonidos de tragedia.
No espero al último acto.
De su dolor, un poema.
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