Te marchaste… ¿o fue una caída?
Sonaba a lo lejos el sonido de una voz
infantil —casi callada— interpelando al silencio.
Un desierto se extendía en los ojos, vacíos.
Desencuadernado el tiempo: ¡tantas hojas
quedaron en el suelo! El viento, el viento.
¿Te marchaste porque te caiste?
El sol ya había cruzado el mediodía.
Quedaban restos, huellas;
una espesa niebla ocultaba el horizonte.
¿Dónde estabas? ¿Quién ocupaba tu cuerpo?
Quizá tu marcha provocó la caída.
Errante, como todos los mortales,
partiste en dos viajes; o mejor:
te partiste en dos viajeros.
Uno de los dos no tenía palabras,
el otro no tenía voz.
No tengo noción de cuanto tiempo pasó.
Años, quizá siglos, tal vez un segundo;
igual que un sueño del que despiertas
con dudas: ¿dónde? ¿cuándo?
Tal vez una vida, flotando entre ondas y sombras.
¿En que lugar se produjo el reencuentro?
Al principio cruzaron miradas extrañas.
El silencio recuperó la palabra.
Poco a poco la voz fue encajando
en el sonido, como un pájaro hace suyo
el árbol donde anida.
(Porque olvidas puedes vivir;
porque has vivido puedes olvidar).
Despiertan sombras
tras un invierno frío
buscando luz.
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