Cruel urraca:
su pico sobre el mirlo;
así un humano.
Pan con aceite
y un café.
El campo frío, todavía.
La luz va desplegando
el calor de su mirada.
Aquí huele a hogar y pan caliente.
Allí irrumpen dos urracas,
se rompe el campo:
graznidos, picos, alas
espantan a los mirlos.
Queda un vacío en el jardín
perdido el techo,
Y el café siente frío.
Perséfone
La niña desapareció
en una grieta.
No hay noticias.
Yo no hice nada.
Me llamaba la atención
la posibilidad de los colores,
también el aire y el envolvente sonido
de lo nuevo.
La vi sonriendo
antes de irse;
sabia, quizás.
Buscaron debajo de las nubes.
Todos los ojos vueltos
hacia mi carne, casi nacido,
nacido.
Pretendieron convertirme en sirena.
¿Y qué hubiera podido hacer?
Eurídice
La segunda vez cometí el error
de mirar hacia atrás.
Volví a perderla;
esa manía mía de mirar
rebuscando en el pasado.
Así seguí, así, solo.
Perséfone
Era posible un intercambio;
pero eso no era posible.
El acuerdo fue estar vivo
y muerto
al mismo tiempo.
Dormir y despertar,
pensé.
Acepté comer granadas
y vivir a ratos.
No sé si funcionó.
Volvía con barro en la mirada,
con los pulmones apagados,
con la palabra guardada en la maleta.
El viaje se inicia
en la vieja estación, siempre.
El destino del tren lo saben los letreros
y el jefe de estación que baja la bandera;
el destino del tren lo anuncia
el altavoz que suena entre la niebla.
Alguien lanzó los dados.
Lento rumor de los inicios,
envuelto en papel film
en mi asiento ventanilla.
Sobre la cabeza la maleta;
yo no hice el equipaje,
el caballo de cartón
quedó en la casa.
Contemplo la forma
que adquiere el extrarradio:
la ropa tendida,
su tristeza
asomando a las ventanas.
Las llanuras que avanzan
golpeándome los ojos,
golpeándome;
los túneles oscuros
con su sordo horizonte.
Y no soy dónde voy.
Pasan estaciones, veo
el otoño caído de las ramas,
el vacío en las hojas de una encina.
Ajeno al frío, el equipaje
va formando la palabra.
El tren
y el aullido que marca
la distancia, el ángulo convexo,
el calor del sueño bajo la manta.
Todo era.
Vuelvo con barro en la mirada,
con los pulmones apagados,
con la palabra guardada en la maleta.
Cada vez soy menos poeta : a mis casi setenta sigo vivo, casi, a mis setenta. ¿Seré un poeta de tres al cuarto contratado por rimas y sonet...