Entre los dientes de la luna
y el precipicio del alba
discurrían las horas solitarias.
Sueños de sombra oscura
arrastraban la madrugada.
Mi mente, despierta,
contemplaba en la pared
una sucesión de ángulos rectos:
noventa grados fríos y apagados.
Aquella noche, el viento dibujaba ángulos rectos;
yo buscaba una suave oscilación,
una pequeña almohada en el camino;
el destino: apoyar la cabeza.
El viento, cruel bofetada,
me empujó hacia la cuneta,
junto a ortigas, alguna amapola despistada
y Sísifo en su roca, fatigado.
Volaban pájaros inasibles.
Me desperté...
buscaba, tan solo, una almohada
en el camino.
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