Una mañana de julio,
quizás un martes de mercado,
aquel pirata de seis años
mirada limpia y, tras las pupilas,
un fondo de algas amarillas,
jugaba con sus barcos;
lejos navegaba el mundo.
Un regato era el mar;
los barcos, de papel.
En la cofa, vigía solitario,
sus ojos se perdían en las islas
buscando tesoros llenos
de ausencias escondidas;
no había noticia del futuro.
El horizonte: un sueño
teñido de sonidos, olas azules
salpicando aventuras.
El ruido del agua,
clara,
tapaba los sones sordos
de los tambores.
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