Nada llena la nada, ni la ausencia;
nada, ni el silencio llena la nada.
No, no llena la nada una mirada
perdida en una calle de Florencia.
Nada llena la nada; la presencia
de materia nunca llena la nada;
ni el ruido, ni el aire, ni la llegada
de voces ledas dichas sin conciencia.
Solo el recuerdo, a veces, ilumina
rincones dolorosos del pasado,
vacíos que dejaron cicatrices.
Palabras arrancadas de la mina
destruyen un silencio amurallado:
poemas que nos muestran las raíces.
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