Con voz firme y decidida
te enfrentabas a ese hombre soberbio y oscuro
que alzando los dientes gritaba:
“ Una mujer no puede salir a estas horas
y vestida como una cualquiera”.
(Ese hombre era tu tío, Creonte; bajo su techo vivías).
“Yo he nacido para ser libre” (respondiste).
“Escucha a Ismena, tu hermana, ella sabe
que solo sois mujeres bajo la autoridad de los hombres.
Tú naciste loca. ¡Hay que atar bien a estas mujeres!”.
Creonte, agarrándola del brazo la arrastró a su habitación.
“Será pétrea caverna hasta que agaches la cabeza y obedezcas”.
“He nacido para ser libre” (repetías).
Un ciego en la calle oyendo la riña presagiaba:
“No pasarán muchas horas sin que se escuchen lamentos”.
Antígona, en su habitación,
abrió la ventana,
sus manos tocaron el aire.
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