Va cayendo el cuerpo,
a trozos, como el mundo.
Un día es el océano: se seca.
Otro: se llenan de relámpagos
los ojos. Arden los bosques
y una arteria quemada por la
pierna; el viento levanta polvo,
gris el pelo; huracanes
que por dentro te revuelven,
rompen casas; se inundan
las ciudades, encharcan
los pulmones. Vuelan virus
surfeando con el viento y
tu con ellos.
La tierra, tan pisada,
resentida; igual se duelen
tus pasos del camino.
Una tristeza esparcida
por el aire, apenas apreciable
—como un ambientador
descolorido— se cuela
en tu cabeza, contamina,
y queda un residuo hiriente
en tu cuerpo y en el mundo.
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