“Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida”
Miguel Hernández
Cuando los dioses son tahures
las cartas se reparten ya marcadas.
No llueve;
sobre mi cabeza en asamblea se reúnen las nubes.
No llueve;
por ahora solo caen muros con fronteras
y algunos burdos disparates.
En casa no funciona una persiana,
hay que llamar al técnico y las ganas.
Los muertos, entre los cascotes, se disculpan
por su mal aspecto —cosas de la guerra—
escondiendo sus cuerpos vacíos de sueños.
Llora la pantalla de mi televisor
¿o es que se empaña con lágrimas de madre?
Sufre mi espalda, sufren el tiempo y la memoria.
Después viene un anuncio de perfume.
Preparo la comida y un café,
no hay manera de perder estos tres kilos.
Una niña asesinada por un hombre;
otra madre llorando; ¿será la pantalla del televisor?
¿será la misma madre? siempre,
la misma; la madre, la misma madre.
Gritan los vientos y los ríos, desbocados;
se ríe el fuego y mueren dos bomberos.
Suena el móvil, me llama una mentira
que llega del mercado de ladrones,
pues conoce mis quiebras y deseos,
me agarro al mástil y cierro la ventana.
Dicen que otro cohete con turistas
ha llegado hasta la luna, Julio Verne mirando;
y Tintín, que pisa un cráter,
a Milú le construye una caseta.
Aquí en la tierra baja la bolsa
y un rico pierde mil millones;
alguien se arrojará de Wall Street, informan;
un mendigo que perdió la vida y ganó la calle
observa oscuro desde donde no brilla la luna.
Disminuye el paro y aumenta la miseria;
el progreso avanza con traspiés.
Se amotinan las nubes. ¿Quién está al mando?
Llora Hernández, Miguel; y con él,
todos los poetas que frecuento.
Pero yo carezco de palabras, solo sueño;
Sueño una brizna de sol en mi garganta.
Voy a plantar tomates; vendrá el verano
y, quizás, alguna golondrina.