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sábado, 25 de enero de 2025

“… que tenemos que hablar de tantas cosas “

“… que tenemos que hablar de tantas cosas “

Miguel Hernández 


 Siempre discreto, sin molestar al aire 

cuando ocupas el espacio.

Antes de tiempo, te fuiste;

rápida, tu muerte.

Quizá cansado del ruido 

de los coches y los televisores 

o del atasco de tu sangre perezosa.


Ya sé que no te gusta molestar:

no escucho que tropieces con los muebles 

y en pocas ocasiones apareces en mis sueños,

pero siento tu presencia disponiendo 

pájaros y flores en las ramas.

Tan sólo te reprocho la prisa por marchar;

inevitable profunda grieta.


Hoy tengo tu edad, ¿sabes?

Aquí sigue el ruido y falta,

falta, sobre todo, tu sonrisa tranquila

limando aristas del paisaje.

Así voy tropezando palabras.


Ayer fui a la playa, la que tú pisabas.

Sé, que solo se puede estar en una orilla.

Hablamos en el blanco de las olas.


lunes, 6 de enero de 2025

Sombra en la luz (Microrrelato)

Despertó; las sábanas acogían la indolencia que proporciona no tener que dar cuentas de nada: habían empezado las vacaciones de verano. Comenzaban a colarse esos primeros rayos de luz que, juguetones, saludan entre las rendijas de la persiana; abrió los ojos: inmediatamente, con la fuerza de un resorte, sus párpados se cerraron; intentó abrirlos de nuevo y volvieron a apretarse con fuerza, desobedeciendo su voluntad. Lo intentó varias veces, pero no fue capaz de abrirlos. Su primera reacción fue de angustia. Sentía que a su alrededor había claridad, una claridad de inicio del mundo, a la que no conseguía acceder y que se oponía a su deseo de abrir los ojos. Como una fruta sabrosa que te arrebatan cuando la tienes al borde de tus labios. Al cabo de un tiempo, tras repetidos intentos, dejó de esforzarse. 


Sus sentimientos se volvieron confusos, contradictorios. Anhelaba y, al mismo tiempo, temía abrir los ojos. Poco a poco su ser se fue refugiando en la oscuridad interior deslizándose por un vasto espacio silencioso. El mundo detuvo su girar. Recordó al perro de Goya, un cuadro que había visto con sus padres en una visita al Museo del Prado y que le impresionó de una manera especial: los ojos desfondados del perro, la cabeza asomando de no se sabía donde, el color terroso que llenaba el fondo del cuadro. Soñó durante varias noches con ese cuadro. 


Se sentía como debía sentirse aquel perro, así lo imaginaba: incapaz de mirar a un mundo vacío, incapaz de mirar dentro de su cuerpo, preguntándose: ¿qué habrá allá arriba?


Poeta, casi.

Cada vez soy menos poeta : a mis casi setenta sigo vivo, casi,  a mis setenta. ¿Seré un poeta de tres al cuarto contratado por rimas y sonet...